En cuarentena.

Estamos en cuarentena desde ayer viernes 13. Las escuelas aún no habían recibido la orden de cierre, pero nosotras decidimos, por responsabilidad, empezar antes. El gabinete quedó cerrado con la incertidumbre de cuando poder volver a abrir y todo lo que eso conlleva.

 Justo ayer, se comunicó que se va a decretar el estado de alerta y se empezaron a tomar decisiones a nivel institucional que nos iban a llevar por el mismo camino: cierres, aislamiento, … una situación que no conocemos, totalmente nueva.

Al salir anoche a sacar al perro, nos cruzamos con un coche de Sanidad de la Generalitat Valenciana. Tanto el conductor como el copiloto llevaban mascarillas. Los bares aún estaban abiertos y la gente parecía divertirse. Cada persona está haciendo las cosas de un modo diferente.

Y muchas personas sí siguen trabajando: personal sanitario, personal de limpieza, cuidadores y educadores, transportistas, personal de seguridad, trabajadores de supermercados y tiendas…

Estamos ante una situación difícil, donde se mezclan muchas emociones y muchos modos de enfrentarla, y que además va a ser larga y complicada. Y por eso debemos intentar hacerlo lo mejor posible.

Yo siempre digo que cada familia es un mundo y que lo que funciona para una no tiene por qué funcionar para otra, por eso, los consejos que hoy doy son muy generales, para que, si pueden ayudar a alguien, se puedan también adaptar a las circunstancias y necesidades de cada situación.

Para empezar, las rutinas. Se está hablando mucho de la importancia de tenerlas, así que no voy a entrar en ello. Lo que sí quiero dejaros son algunos puntos:

  • Preparar el entorno: mantener cierto orden y limpieza nos va a ayudar a marcar el resto de estrategias. No estamos acostumbrados a pasar tanto tiempo en casa y, organizar el entorno, incluso introduciendo algunos cambios, puede facilitar el que las nuevas rutinas se lleven mejor. El realizar las actividades académicas siempre en el mismo sitio, con todo lo que vayan a necesitar a mano, puede ser también de ayuda. Y también se pueden incluir áreas de juego, áreas de ejercicio… aunque eso signifique tener que mover cosas cada vez que se utilicen en casas más pequeñas.
  • Actividades: No se trata sólo de las académicas. Debemos pensar en cómo estructurar el resto de actividades. Es importante que participemos en la mayoría de las actividades con ell@s. Los juegos de mesa, las manualidades, dibujar, leer, escribir historias o cómics, construir… Y además, que también colaboren en actividades de la casa: hacer la cama, barrer, cocinar, lavar la ropa… No os olvidéis de incluir algo de ejercicio físico. L@s niñ@s corren, andan, saltan, juegan, en definitiva, no paran. Esto va a ser un reto si no tenemos jardín u opción de salir, por eso es importante que busquemos alternativas y les dediquemos un ratito todos los días. Y no caigáis en la facilidad de los aparatos electrónicos. No es nada bueno que se pasen el día viendo la tele o jugando a videojuegos. Debemos limitar los tiempos y, muy importante, dar ejemplo. No podemos decirles que no pueden ver la tele y pasarnos el rato enganchados al teléfono. Eso sí, las nuevas tecnologías tienen muchas ventajas, y en este caso, podemos utilizarlas para que se mantengan las relaciones sociales con los iguales. Mandar e-mails, realizar actividades académicas conjuntas e incluso videoconferencias, pueden ayudar a que mantengan ese tipo de relaciones, aunque sea en la distancia.
  • Horarios: Como ya he dicho, cada familia tiene sus propias necesidades y características. Mantener un horario similar cada día puede ayudar pero, cuidado, tampoco nos pongamos en plan estricto. Podemos relajar los tiempos según el día y la motivación de cada persona, de modo que los horarios se vean más como una guía y un apoyo que como una imposición.

Al empezar a escribir, he mencionado algunas de las cosas que nos están pasando a nosotras por la cabeza y que nos están haciendo sentir un cúmulo de emociones confusas y, en ocasiones, contradictorias. Nos va a ocurrir que, a lo largo de este tiempo, estas emociones van a ir variando y teniendo menor o mayor intensidad. Es muy importante que tengamos en cuenta lo que estamos sintiendo, lo que l@s peques están sintiendo, y que intentemos hacer un ejercicio consciente de regulación emocional. Algunos puntos importantes son:

  • Hablar de nuestras emociones, compartir e invitar a compartir. Debemos ser capaces de validar emociones, aceptarlas tal y como se sienten y, cuando sea necesario, ofrecer estrategias para superarlas y guiar en esas estrategias. Para ello, ayuda el que nosotr@s mism@s lo hagamos como ejemplo.
  • La incertidumbre va a ser de lo más difícil de llevar. Cuánto va a durar, cómo va a impactar en nuestr@s trabajos, qué cosas van a ir cambiando… Todo ello es difícil de procesar, también para l@s más peques. Es importante que intentemos resolver sus dudas y hablemos de las nuestras para ayudar a que se sientan partícipes y a que también se expresen.
  • Cuando pensemos que ya estamos hasta arriba, que vamos a explotar, que no podemos más… pensar que l@s peques también están pasando por las mismas emociones. Son demasiados cambios y, debemos ser conscientes de cómo les pueden estar afectando.

L@s peques van a tener muchas preguntas, las verbalicen o no. Y debemos estar preparad@s para responder:

  • Sin inventarnos lo que decimos. Hay cosas que sabemos, pero habrá otras que no. Y eso debemos saber decirlo.
  • Están de moda las fake news y, tanto las redes sociales como el WhatsApp, están llenos de ellas. Es un buen momento para enseñar sobre esto a l@s peques. Usar fuentes oficiales para comprobar los datos que nos llegan es la opción más segura.
  • Le damos la importancia necesaria a lo que está pasando. No debemos minimizar el tema como que no es importante. Lo es. Pero tampoco hay que irse al pánico. De nuevo, el equilibrio es la clave.
  • Estamos ayudando con nuestras decisiones. Quedarnos en casa, tomar las medidas preventivas necesarias… todo ayuda a que la curva se aplane. Que l@s peques se sientan parte de ese proceso, que están aportando su granito de arena, les ayudará a llevar la situación un poquito mejor.
  • Y siempre aseguraos que los mensajes son los adecuados para su nivel madurativo. Ante la duda, que sean ell@s l@s que hagan las preguntas y que luego nos cuenten lo que han entendido.

Y como adult@s, recordar que también sois human@s y tenéis vuestro límite. Si intentamos hacer que este tiempo sea súper completo, súper divertido, súper lleno de actividades… no vamos a ser capaces de mantenerlo a medio y largo plazo. Esta situación no va a ser corta, y debemos mantener un ritmo que seamos capaces de llevar.

Nuestra parte emocional es importante. Si la enfocamos al reconocimiento de las mismas, a la búsqueda de soluciones y, lo compartimos con l@s peques, les estaremos enseñando estrategias muy importantes. Además, nos pueden sorprender. Son mejor de lo que pensamos en buscar alternativas y modos de mejorar el cómo nos sentimos.

Y hacer un buen uso de las nuevas tecnologías. Hay muchos profesores con cuentas en YouTube explicando lecciones, ideas y actividades académicas y de ocio, manualidades, juegos… además de la posibilidad de mantenerse en contacto con l@s demás, amig@s y familiares.

No va a ser fácil, pero está en nuestras manos el hacerlo lo mejor posible.

“Sabemos lo que somos, pero aún no sabemos lo que podemos llegar a ser” William Shakespeare.

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¿Dónde están mis pies?

Ya describí esta técnica en otra ocasión en https://noemipsicologa.com/2017/11/08/bajando-el-volumen-tecnica-rapida-de-recuperacion-del-control/

Pero muchos padres me siguen preguntando por ella, así que voy a retomarla y enseñaros cómo llevarla a cabo.

Este método nos ayuda a recuperar el control en esos momentos en que ya no podemos más, en que dejamos que las emociones nos sobrepasen y perdemos el control, que gritemos cuando, en el fondo, sabemos que debemos mantener la calma.

Explicado parece largo, pero en la práctica, nos lleva segundos. Empecemos:

Por supuesto, lo más importante y más difícil, es detectar cuando estamos empezando a perder el control. Ese momento en que la frustración, el enfado, el cansancio… se acumula y estamos a punto de dejarlo salir en un estallido que no va a servir a nadie realmente. En ese momento en que nos damos cuenta, es cuando tenemos que buscar nuestros pies (o el trasero si estamos sentados ?) “¿Dónde están mis pies?” y entonces los afianzamos en el suelo, sentimos nuestro cuerpo a través de ellos y respecto al entorno.

Entonces buscamos ese punto de nuestro cuerpo que, a través de lo que estábamos sintiendo, se estaba poniendo tenso. Pueden ser los hombros, la mandíbula, los puños… cada persona es diferente y debemos encontrar el nuestro. Y una vez lo encontramos, lo relajamos. Sólo ese punto es suficiente.

Y es ahora, cuando ya no gritamos. Ya no perdemos el control. Porque hemos recuperado el control racional y las emociones no nos dominan.

Por supuesto, las primeras veces no suele funcionar porque se nos olvida, y nos acordamos de nuestros pies demasiado tarde. Pero con práctica, ya veréis como poco a poco, sois capaces de realizar el proceso sin ni siquiera pensarlo.

Y si lo usáis, ¡no dudéis en comentarme cómo os ha ido!

One´s greatest challenge is to control oneself” Kazi Shams

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Regulación emocional. Pasemos a la práctica.

Hace tiempo publiqué un blog sobre algunas pautas sencillas para incluir la educación emocional en la educación de los niños. Lo podéis consultar en Educación emocional. 5 pautas clave a seguir con nuestros hijos.

Hoy os quiero hablar de cómo ayudar a nuestros hijos en momentos emocionales intensos. En ese tipo de momentos en los que “se nos va de las manos” y “ya no puedo más”. Es en esos momentos en los que solemos perder el control de la situación y nos bloqueamos, en muchas ocasiones sin darnos cuenta de que los peques han perdido el control antes que nosotros y necesitan nuestra ayuda. Una ayuda que, a la larga, les va a enseñar a auto-regularse emocionalmente.

Y es que hay un aspecto muy importante en todo esto, toda ayuda debe ser planificada con un objetivo claro: desvanecer hasta retirar la ayuda. Nuestro objetivo no es resolver el “problema” con ellos, sino que ellos mismos consigan resolver esas situaciones adecuada e independientemente. Esta parte, como padres pero también como profesionales, puede ser la parte más difícil, pero una parte en la que debemos pensar y para la que debemos prepararnos.

En cuanto a la parte del control, es fundamental que no lo perdamos, que consigamos mantener una actitud calmada y segura. Para ello podemos utilizar diferentes técnicas: contar, respirar, ¡o buscarnos los pies!Bajando el volumen… (Técnica rápida de recuperación del control) Cuanto más en control estamos, más seguridad les damos a nuestros niños. Pero la prioridad aquí es darnos cuenta de dos cosas:

–          Estamos perdiendo el control y debemos recuperarlo.

–          Nuestros hijos necesitan nuestra ayuda y apoyo en un momento que les resulta muy difícil y confuso (mucho más incluso que a nosotros).

Y ahora llega el momento. Tenemos al niño subiéndose por el banco de la cocina de la emoción que tiene por ayudarnos a hacer la cena. O a la niña que se le ha roto el dibujo que estaba haciendo y llora desconsolada mientras tira sus colores. O al que se le ha caído el helado por ir saltando mientras lo comía a pesar de las veces que le hemos avisado de lo que podía pasar.

Y entonces, en público o en privado, se nos cae el mundo a los pies porque vemos que la situación nos va a sobrepasar.

La decisión aquí puede tomar dos rutas: actuamos tomando control de la situación, marcando directrices, y resolviendo la situación en el momento. O ayudamos desde la comprensión, la enseñanza y el respeto, sabiendo que posiblemente nos cueste más tiempo. La respuesta por supuesto es la segunda opción, no solo porque éticamente sea mejor, sino porque además permite que se produzca un cambio a largo plazo, un cambio que hace que los niños aprendan estrategias que les van a servir de por vida.

¿Cómo lo hacemos entonces? Una vez estamos en condiciones de hacerlo, de estar calmados y poder mantener esa calma, buscamos un lugar tranquilo. Y esto no significa necesariamente irnos de dónde estamos, sino simplemente crear con nuestro cuerpo y nuestras palabras (“tenemos que hablar un momento” dirigido a los demás, no al niño) un área segura, donde no se sientan observados (o la vergüenza impactará en la situación). Entonces, debemos VALIDAR las emociones que están sintiendo y CONECTAR con ellos desde nuestra perspectiva: “Parece que estás muy contento de poderme ayudar, a mí también me hace mucha ilusión”, “Veo que se ha roto tu dibujo, seguramente te sientas triste y enfadada por ello, a mí tampoco me gustaría si me hubiese pasado”, “qué rabia que se te haya caído el helado, yo me sentiría muy triste si me hubiese pasado”.

Eso sí, evitar el “no pasa nada”. Porque sí pasa. Lo que ha ocurrido, es importante y no debemos despreciarlo. Ni buscar soluciones rápidas que, generalmente ni siquiera son válidas: “te compro otro helado” simplemente estaría buscando una solución fácil sin entrar en la parte emocional y sin que su propia conducta sea tenida en cuenta. “Puedes hacer otro dibujo” quita toda la importancia a su esfuerzo y a algo que, para ella, es irrepetible.

Y aquí hay que esperar, darles una oportunidad de comenzar a bajar los niveles de intensidad emocional. Y un abrazo, cogerles de la mano o ponerles la nuestra cerca, ayuda, si lo aceptan. Siempre es mejor pedirles permiso u ofrecerlo.

Yo recomiendo mucho, especialmente con nenes más pequeños, trabajar nuestra respiración delante de ellos. Si encima hemos conseguido el abrazo, más fácil aún. Sencillamente, respiramos más fuerte, profundamente y despacio, de modo evidente. Se suele producir un contagio, que ayuda a que ellos mismos se relajen. En niños más mayores (o cuando ya hemos trabajado de este modo en más ocasiones) podemos incluso recordárselo ya sea verbal o gestualmente, exagerando nuestra respiración a la vez que hacemos una invitación a seguirnos.

A este punto puede que tengamos que volver varias veces. Cada vez que surja algo que de nuevo altere la estabilidad emocional, que de por sí es frágil en estos momentos, será demasiado fácil volver a incrementar la intensidad emocional.

Llegados a este punto, ESCUCHAMOS sin evaluar, sin juicios. Debemos escuchar de verdad, ACEPTANDO que su punto de vista es válido para ellos y no debemos imponer el nuestro.

Y entonces buscamos soluciones, con ellos, teniendo en cuenta sus decisiones “no quiero hacer otro dibujo ahora, ni con tu ayuda”, pero sin que todo valga tampoco. No es cuestión de reemplazar el helado, pero sí podemos compartir (que no ceder totalmente) el nuestro. Podemos dar alternativas e ideas, pero de nuevo sin juzgar lo ocurrido, sin volver al “pero es que lo que tú has hecho…”, sino al momento en el que estamos ahora.

Y en casos como el del helado, algunos os preguntaréis, ¿y por qué no?. Si han conseguido calmarse, hablar de ello… Pues porque no debemos olvidar que estamos trabajando dos cosas aquí. Por un lado, que aprendan a gestionar sus emociones y por otro, que aprendan las consecuencias de sus propias acciones. Y sí, el no llegar a un desenlace perfecto, puede provocar el que pierdan el control de nuevo, pero esta vez, sabemos lo que estamos ayudándoles a trabajar y podemos seguir haciéndolo. Con paciencia, practica, y sabiendo que estamos ayudando de verdad a nuestros niños.

Porque todo esto necesita práctica, tanto para los niños como para nosotros. Cuanto más practiquemos, más fácil y natural nos saldrá.

Y siempre recordar, el desvanecimiento del apoyo debe estar presente. Tal y como veamos que los niños son capaces de realizar uno de los pasos por sí mismos, dejamos que lo hagan.

A la hora de generalizar e interiorizar el aprendizaje, os puede ayudar mucho hablar del suceso en un momento de calma, por ejemplo cuando veamos a alguien comportarse de modo similar, o cuando nosotros hayamos perdido el control “¿recuerdas cuando el otro día te pusiste tan contento que no podíamos ni empezar a cocinar?, pues eso me ha pasado a mí en el trabajo hoy y he acabado tirando unos papeles que no debía. Al final he tenido que volver a empezar todo de nuevo. ¿Qué crees que podría haber hecho y que te ayudó a ti ese día?”.

“Cuando digo controlar las emociones, quiero decir las emociones realmente estresantes e incapacitantes. Sentir emociones es lo que hace a nuestra vida rica.” Daniel Goleman

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Y esto de la empatía, ¿de qué va? Actividades para su fomento.

Tendemos a hablar de empatía como algo fijo, una característica de personalidad que además solemos poner en una graduación, o incluso en un todo o nada: “Tiene mucha empatía”, “Es muy empática”, “No es nada empático” …

Y sin embargo, la empatía de la que solemos hablar mezcla tres procesos diferentes (Decety & Cowell, 2014):

  • Emoción compartida: cuando somos capaces de sentir emociones al ver a otra persona sintiendo esas emociones.
  • Preocupación empática: la motivación que podemos sentir de cuidar o apoyar a otros más vulnerables.
  • Toma de perspectiva: la habilidad consciente de situarse en los zapatos del otro e imaginar lo que esa persona puede estar sintiendo o pensando.

Además de incluir estos tres procesos, la empatía no es algo fijo y estable, sino que respondemos empáticamente de modo diferente en distintas situaciones y momentos de nuestra vida. Y aunque hay personas que tienen mucha facilidad para responder en todas estas áreas, solemos ver como a los niños les resulta más fácil compartir emociones mientras que tienen más dificultades para la preocupación emocional y sobre todo para la toma de perspectiva. Y son procesos que podemos fomentar y trabajar con nuestros niños.

Aunque a lo largo de su vida van a ir realizando aprendizajes que ayudarán en el desarrollo de todas las áreas, estos aprendizajes se basarán especialmente en las experiencias que tengan y a las que sean expuestos.

Algunas actividades y pautas que podemos utilizar y que ayudarán al desarrollo de los tres procesos, y con ello a desarrollar una actitud general más empática, pueden ser:

  1. Brindar oportunidades para hablar de los sentimientos de los demás: un niño llorando en el parque, una niña riéndose con su madre en la cola del autobús, una escena en la televisión… todas son oportunidades para hablar con los niños de cómo parece sentirse otra persona. Cuanta más perspectiva demos, mayor la amplitud del aprendizaje. Modelando con nuestro propio discurso y comportamiento, estaremos contribuyendo a esta amplitud.
  2. Auto-regulación: no me canso de repetir lo importante que es trabajar con los niños sus propias emociones, especialmente aquellas que provocan mayor dificultad de entender, de salir de ellas. Aceptar que ese llanto incontrolable es algo natural y ayudar a que el niño aprenda a volver a la calma, de un modo respetuoso, con paciencia y tiempo, es una herramienta que no solo ayudará al propio niño en su desarrollo, sino también en su habilidad de preocuparse empáticamente por otros. Si el niño no posee herramientas para su propia auto-regulación, no podemos esperar que se intente poner en una situación donde otro esté sufriendo o pasándolo mal.
  3. La empatía no se trata sólo de reconocer y sentir las emociones de otros. Si nos quedamos en este punto, nos bloqueamos también, no somos capaces de llegar al siguiente punto donde podemos ayudar, con una visión más objetiva ya que la emoción no eclipsará a la cognición, y menos si hemos trabajado esta habilidad, si hemos adecuado a la persona de estrategias apropiadas. Debemos trabajar también las alternativas, el qué puede hacerse para salir de ciertos estados que pueden resultar difíciles de afrontar. Actividades donde se hable, tanto en pequeño como más grandes grupos sobre el contenido emocional de historias que leemos, vemos en películas, situaciones vivenciadas, y donde además se busquen alternativas y soluciones más apropiadas, permite un mayor desarrollo en comprensión emocional, teoría de la mente y empatía. Esto se confirmó en un estudio donde, además, se pudo establecer que los resultados se mantenían incluso durante los siguientes 6 meses de trabajar de este modo con niños, en este caso de unos 7 años (Ornaghi et al, 2014). Otros estudios similares resaltaban el uso del role-playing con resultados también muy positivos, en este caso de niños que se ponían en el lugar de personas ancianas con distintas dolencias (Varkey et al, 2006). Todas ellas, actividades muy simples que podemos realizar con nuestros pequeños.
  4. Multiculturalidad y diversidad: qué mejor modo para entender que todo el mundo es diferente, que no todo el mundo piensa, actúa, se relaciona igual, que el tener experiencias reales con gente diferente a nosotros. Muchas personas me comentan lo “difícil que es en ciertos círculos encontrar a personas diferentes”, pero no es que tengamos que forzar relaciones para tener gente diversa en nuestras vidas y las de nuestros hijos, si nos fijamos bien, seguro que ya hay gente con diversidad cultural o funcional, cerca de nosotros o podamos ver a alguien ya sea en la televisión, por la calle, etc. Ahora, la parte que más ayuda a despertar la empatía no es centrarnos en las diferencias con los demás, sino precisamente en las semejanzas que tenemos con ellos, además de las costumbres diferentes, y no sólo de palabra, sino también teniendo experiencias, como celebrando fiestas de otras culturas, practicando actividades nuevas, etc. Por lo tanto, buscar lo que tenemos en común, hablarlo y compartirlo, será un elemento importantísimo que debemos incluir con este tipo de actividades.
  5. Jugar con expresiones faciales: tanto a reconocer como a expresar emociones, es un ejercicio que puede ayudar mucho a los niños en la comprensión de diferentes estados emocionales. Si a eso añadimos el cambio de un estado a otro, la discusión sobre cómo o qué ha podido generar el que se sientan así, tenemos una actividad muy completa que fomentará el desarrollo de la empatía de un modo divertido y ameno.
  6. Consecuencias: hablar con los niños y crear un diálogo en base a como sus acciones afectan a los demás y a sí mismo, en como las emociones de otros pueden ser una consecuencia de nuestras acciones, y discutir además el cómo se puede hacer sentir a otra persona bien, mal, feliz, enfadado, triste, ilusionado… desarrolla una mejor actitud empática desde esa emoción compartida y toma de perspectiva de la que hablábamos al principio.

“No sabía bien qué decir. Me sentía muy torpe. No sabía cómo llegar a él, donde encontrarlo… ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas…!”  Antoine de Saint-Exupéry, El Principito

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Hablemos de conducta…

Una de las principales causas por las que las familias me piden ayuda son las dificultades que experiencian con algunas de las conductas que sus hijos tienen. A partir de aquí, comienza la parte difícil, el hacer entender las conductas…

Conductas problemáticas, conductas difíciles, conductas disruptivas, conductas desadaptativas, conductas que nos suponen un reto… el caso es que siempre estamos comportándonos, o realizando conductas, y sin embargo cuando hablamos de conductas siempre partimos de esa connotación tan negativa. Trabajar con las conductas que se presentan y evidenciamos no es una cuestión de acción-reacción. Debe ir más allá, hacia la comprensión, hacia la prevención y la enseñanza de estrategias alternativas, y mínimamente hacia la reacción.

Las conductas son una respuesta, un modo de comunicación con nuestro entorno, ya sean más o menos adaptativas. Y ahí es donde podemos, y debemos ayudar a los niños. A encontrar métodos más efectivos de comunicación, teniendo en cuenta lo que necesitan, lo que intentan trasmitir, sus experiencias, su cultura, su familia y todos los elementos importantes en su desarrollo

Por ello el primer paso es encontrar el por qué. Normalmente las familias me exponen conductas aisladas, fuera de contexto, buscando una solución rápida: “mi hijo muerde, ¿qué hago?”, “mi hija usa palabrotas en clase, ¿cómo le hago parar?”… Pero claro, no hay fórmulas mágicas, al menos si queremos que la intervención que hacemos fomente un desarrollo personal y emocional sano, desde el respeto tanto de cada niño como de cada familia.

Partiendo pues de esa pregunta, ¿Por qué se comporta de ese modo?, podremos comenzar el camino hacia las siguientes: ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿qué parece que haga que se comporte así? (diferenciando así entre ¿qué ha hecho que el niño empuje? Le han quitado el juguete/ ¿Qué parece ser lo que le ha hecho empujar? Le han quitado el juguete… pero igual está cansado, ha estado malito, le han regañado y sigue sintiéndose mal por ello…), y muchas más que nos deberemos preguntar.

Sólo entonces podremos ofrecer un apoyo real, desde las bases que llevan a esos comportamientos que nos resultan más difíciles, y planteando alternativas de conducta más saludables y adaptativas, no simplemente a una eliminación de conductas, porque si nos centramos en eliminar, estamos coartando su comunicación, sus estrategias de expresión.

Y por supuesto vuelvo a lo de siempre: cada niño es un mundo, en su propio entorno, con sus necesidades y características diferentes y particulares, por lo que no podemos esperar que lo que vale para un niño valga para otro. No se trata de hacer cambiar a los niños, sino de darles las estrategias necesarias para enfrentarse a cualquier situación, pero a cada uno las suyas. Las mismas estrategias no valen para todos los niños si aceptamos que cada niño es diferente.

Todo esto nos lleva a nuestro rol como adultos en estas situaciones. El primer trabajo es nuestro, el de comprender a los niños, acercarnos a ellos sin cargas, sin opiniones preconcebidas y marcadas por nuestras experiencias de vida, sin nuestra visión de adultos, sino conectando con ellos, con sus propias experiencias, intentando comprender sus emociones, sus razones,… y aceptando que en ocasiones no podremos comprenderlo todo. Así es como ayudaremos, conectando emocionalmente, dirigiendo nuestro lenguaje a la comprensión, a las alternativas y las opciones, respetando sus sentimientos y ayudándoles a redirigirlos cuando sea necesario, pero sin culpa, sin hacerles sentir mal. Si les hacemos sentir mal, el aprendizaje disminuye, el desarrollo es menor.

Por todo esto, es importante que, antes de intentar “cambiar” una conducta, nos planteemos cómo podemos ayudar, qué debemos vigilar en nuestras interacciones, cómo podemos guiar hacia conductas más adaptativas, más saludables y que aporten al desarrollo del niño, desde el respeto y la comprensión.

 

“Aprendió tanto de sus errores que cuando tropezaba, en lugar de caer, volaba” Alex Rovira

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Educación emocional. 5 pautas clave a seguir con nuestros hijos.

Cada día nos enfrentamos a una gran cantidad y variedad de emociones, pero estamos condicionados, de un modo u otro, a procesar y expresar dichas emociones de modos diferentes. La cultura en la que vivimos, las micro-culturas familiares y de diferentes grupos de amigos y conocidos, los aprendizajes realizados, las expectativas que creamos de nosotros mismos… todo ello influencia el cómo sentimos y la expresión de dichos sentimientos.

La educación emocional es esencial en el desarrollo de nuestros hijos y es algo en lo que debemos trabajar para que puedan aprender a reconocer y gestionar sus sentimientos adecuadamente, todo tipo de sentimientos y emociones.

Oímos constantemente cómo han incrementado los problemas de salud mental en la sociedad y deberíamos preguntarnos en qué medida programas de educación emocional desde la infancia podrían ayudar a mitigar este incremento.

Las emociones, cómo las reconocemos, procesamos y gestionamos, tienen un impacto directo en nuestras vidas, estando relacionadas con habilidades como el control de impulsos, la autoconciencia, la motivación, la perseverancia, etc. Estudios neuropsicológicos destacan también la importancia del papel de las emociones en el aprendizaje.

Por todo ello, es importante que fomentemos la educación emocional de nuestros hijos pero, ¿cómo lo hacemos? Realmente no es tarea fácil. Para ello debemos ser conscientes primero de nuestras propias emociones y cómo las procesamos nosotros mismos, pero hay ciertas pautas que nos guiarán por el buen camino:

  1. Enseñar a nuestros hijos a reconocer emociones: no sólo las suyas sino también las nuestras, nombrarlas pero con cuidado de asignar etiquetas que no son.
  2. Hablar abiertamente con ellos de todo tipo de emociones tanto la tristeza como la alegría, la ira, la envidia, el amor…, y de cómo gestionarlas (ese coche que me ha adelantado de ese modo me ha hecho enfadarme y gritar. Voy a poner música… mejor. No ha estado bien lo que ha hecho pero no debí gritar.)
  3. Debemos ser capaces de empatizar con nuestros hijos. El modo en que los niños sienten no es como el nuestro. Y sus emociones, TODAS y cada una son válidas. Nuestro papel es ayudar a gestionarlas, no dirigirlas ni intentar cambiarlas.
  4. Es importante que los niños sientan que pueden expresar todo tipo de emociones, y no censurarlas. Intentaremos ayudar a regularlas, a volver eventualmente a la calma tanto desde la euforia como desde el llanto.
  5. No ocultar lo negativo. Tratar que los niños vivan en un mundo utópico, donde nada malo ocurre, lleva a que no aprendan a desarrollar estrategias de afrontamiento adecuadas.

“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.”

Aristóteles, Ética a Nicómaco

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